Como los pájaros del
monte:
rezando una canción
de pico abierto;
como la estreya en lo
mas hondo
de l ‘alta copa del
silencio,
como una rama yena ‘e
nidos
entre perfumes y
canciones
se fue la vida del
Mielero...
El hombre que cayó en noche
tenía el corazón de malva,
y azules tenía los
ojos
como florcitas de salvia.
Alcanzó a ver en l’
aclarada
el farolcito del
lucero;
sintió un zorzal que
madrugaba
y que de cerca lo
cuidaba
la sombra buena del
Matrero.
¡Don Yerbagüena ha
muerto!
están rezando los
sauces en hilera,
están yorando los
ceibos;
y pasan la noticia
los crespines
a la voz de los
vientos,
y los vientos hamacan los zanjones
que dicen al
pasar:¡Don Yerba ha muerto!
Ya no hay en todo el
monte ni una música;
los chajases y teros
han apagado su grito
de rondines
y marchan con el luto
en los clarines
oriyando el zanjón
del sentimiento.
¡Hoy, despuntando la
mañana
como los pájaros del
monte
como la estreya de
los cielos,
como una rama yena de
nidos
Don Yerbagüena ha
muerto!
Ha caído como el
pájaro y la estreya
porque eso era en la
tierra y en el cielo:
el zorzal mas cantor
que había en las islas
y una estreyita para
vivir ardiendo.
Yerbagüena, la poca
que quedaba,
se fue en perfumes
por el pago islero!
¿Quién va a cuidar
los nidos en el monte,
quién va a tocar
guitarras como el muerto?
No lo quisimos creer,
porque era un hombre
que para morir
necesitaba tiempo;
no se acaba un
destino en dos tirones,
pero es ley que los
pájaros cantores
después de haber
cantado remonten vuelo...
No lo pudimos ver...
Estaba el sol alto;
no lo pudimos ver...
parece cuento.
Tenía yenas de
pájaros las manos,
tenía sembrado de
pájaros el pecho
y era un canto hecho
cruz sobre los pastos
estaquiado a cien
picos contra el suelo;
con dos calandrias
que tomaban agua
desde los charcos de
sus ojos buenos;
con yuntas de
torcazas que buscaban
la miel del corazón
abriendo el pecho,
y con enjambre
camatá en los labios
buscando flores de
canción y acentos;
y en la frente, fogón
donde en cenizas
quedó el último verso
trasfoguero
le ceñía el crespón
de sus ternuras
una vincha lustrosa
de boyeros.
¡Era un nido ruidoso
de zorzales
de tordos, de
crespines, de jilgueros.
tenía yenas de
pájaros las manos,
tenía sembrado de pájaros el pecho,
y yegaron bandadas y
bandadas,
y a pico y alas
remontó a los vientos,
y los hermanos del cantor yevaron
el cuerpo del Mielero
Yerbagüena quedó como
el mataco
en la copa del árbol
más islero,
y los cuidan los
pájaros cantores
y lo escucha de noche
el pago entero:
“Todavía soy por herencia de la suerte
con la lanza en mi
voz, sanjavielero!”
La vida de tu pájaro
más gaucho
mi San Javier te
cuento.
¡Que no muera jamás
entre tus hijos
Yerbagüena el Mielero!